Ya está. Se murió. Lo miro y, aunque parece él con el pelo canoso, la piel morena y los ojos azules (que nadie se ha dignado a cerrárselos aún), está frío y tieso. ‘’Tengo que llamar a los niños. Deben saber que ha muerto su padre y su padrastro’’. La gente empieza a llegar al velatorio vestidos todo de negro, como cucarachas y se queda toda la mañana como si fuera una comida familiar. Y no es que me dé pena que se haya muerto, que eso me da lo mismo. Pero sí me pienso qué será de mí ahora.
-Mi más sentido pésame, Inés.-me dice alguien.
-No llores, piense que ha dejado de sufrir.-me dice una mujer. ‘’¿Yo? ¿Llorar?’’, es lo primero que pienso. ‘’Si no me importa. Al revés, me siento mejor’’. Después de eso viene la parte de su sufrimiento: ‘’Claro que ha dejado de sufrir, sí. Pero ha dejado de sufrir la mala leche,’’ me pienso.
La mayoría son gente que no conozco de nada. Esto no acaba más que empezar y ya estoy harta de toda esta gente. ¿Para qué han venido? ¿Para qué me dan todos el pésame? Ya no podrán hacer nada por mi marido. Está muerto y muerto se va a quedar. ‘’Eso espero’’, pienso mientras le miro de soslayo para comprobar que sigue igual. Entonces respiro tranquila.
La tarde pasa y la gente no se va. ¿Acaso no se dan cuenta de que me apetece estar sola? ‘’No, claro que no. Si se dieran cuenta, ya se habrían ido.’’ A causa de tanto goteo de gente creo que tengo la cara dolorida de los dos besos, el pésame atragantado y la mano rota de apretones que se creen que hacen bien. Pero no hace bien nada de eso a nadie.
-Lo siento, Inés. Era un buen hombre.- ‘’¿Un buen hombre? ¡Ja! Tenía que haberle conocido usted’’.
-Aquí nos tienes para lo que sea.-dos besos y me aprieta la maño cariñosamente un señor que no conozco.
-Inés, cariño, ¿qué tal estás?-es mi cuñado, que se parece más bien poco a mi marido. Mientras que al resto tan sólo les asiento o les contesto con un gracias, a él sí le hablo:
-Gracias, Mario. De verdad. Pero me apetece estar sola. ¿Te importa…?
-No, claro.-me interrumpe- Voy a despedir a todo el mundo para que se marchen.
-Gracias de nuevo.
Otra vez dos besos, pero esta vez de despedida, y la repetida de condolencias. ‘’Para venir, han venido rápido, pero para irse lo que tardan, por dios.’’ Por fin a las nueve más o menos consigo quedarme a solas con mi difunto marido. Le miro y pienso:
‘’¡Ay, Alfredo! Con lo que fuiste y mírate ahora. ¿Dónde se quedó esta mañana el hombre que me daba miedo? Ya ni siquiera me impresionas. ¿Fuiste, en realidad, siempre así? Ahora me rio de ello.
Anoche tan sano y hoy ahí en esa caja de pino. Aún tengo tus moratones en el cuerpo de la última vez que me pegaste. De anoche. Volviste a llegar borracho. Pero no es tan raro. Sería raro que hubieras estado sobrio. Aunque cuando lo estabas eras frío y calculador.
¿Dónde ha quedado, Alfredo, tu mal carácter, tu mala leche y tu frialdad? Porque hoy aquí hace frío, sí, pero eso es por dónde estamos. Rodeados de muertos. Como tú. Te miro y veo tu pelo blanco repeinado como a ti te gusta, un traje que no podrías llevar en otro momento, tu piel, tan morena, y tus ojos azules, que alguien ha tenido la decencia de cerrar. Pero no veo lo que fuiste. Tus golpes y amenazas, el miedo que aún causan en mí han desaparecido. Para siempre. Me va costar asimilarlo todo ello.
No han venido tus hijos. No han querido venir a verte. Los he llamado cuando te he visto en el baño, con ese ictus tan raro en la cara, justo después de llamar a una ambulancia. Ana no estaba, Mario tenía un caso que no podía dejar. Debía defender a un hombre al que habían acusado de asesino pero que no lo es. Y Alfredo ya sabes que no está en España. No podría llegar a tu entierro.’’
He apartado la vista y ahora, que paro, le vuelvo a mirar. Suspiro y sigo con un reproche.
‘’Encima que te mueres, no lo haces el día que deberías. Por lo menos podrías haber avisado, ¿no? Así tu hijo podría venir. Pero bueno, qué se le va a hacer. En el cementerio vas a estar siempre.
Por cierto, sitio es muy incómodo. ¿Dónde va a dormir alguien que, como yo, no siente pena y quiere hacerlo? En estas sillas desde luego que no.
Alfredo… ¿Qué pasó con los sentimientos que nos unían cuando nos casamos? Porque ahora no queda ni rastro por mi parte. Y por la tuya tampoco (es algo que no salía a la luz cuando me pegabas).’’
¿Qué hora es?
‘’ ¡Ay, Alfredo! Ya queda poco para que te entierren en una de esas parcelas tan caras pero tan pequeñas. Y luego se dice del precio de los pisos… ¡Cómo no van a estar tan caros si un lugar en el cementerio está desorbitado! Alfredo…’’
-Mamá.-me llama una voz- Mamá-repite esta vez más impaciente-¡Mamá!-grita asustada la voz.
-¿Qué? ¿Qué pasa?-digo adormilada.
Miro a mi alrededor y veo a una mujer morena con los ojos marrones con el pelo rizado hasta la cintura. Delgada. Intento enfocar la vista y poco a poco la imagen se ve más nítida. ¡Es Ana!
-¡Qué susto me has dado!-por fin Ana respira tranquila.
-¡Ana! ¿Qué pasa?
-Que se llevan a Alfredo para enterrarlo.
-Ah.-es lo único que se me ocurre decir. ‘’Al final me quedé dormida. Pero poco tenía ya que decirle a Alfredo que no le hubiera dicho antes de una u otra manera. Aunque hacía tanto tiempo que no estábamos así él y yo, sin maltratos y sin amenazas… Han sido las mejores veinticuatro horas contigo…’’
El entierro pasa rápido. No somos muy creyentes y nos hemos decantado por una misa corta por el alma del que fue mi marido. Por el alma de Alfredo… Y otra vez se repiten los besos, los apretones y los pésames. Pero ya acaba. Ya voy a llegar a casa y me voy a poder quedar tranquila… ¡Por fin!
‘’Alfredo murió hoy hace un mes y el tiempo ha pasado tan rápido que no me he dado cuenta. Entre el trabajo (al que volví al día siguiente de su muerte) y la visita de mis tres hijos no me ha dado tiempo a aburrirme. Además de la constante atención de mis compañeros de trabajo y amigos (que no entiendo por qué, si yo he estado y estoy bien)’’ pienso con un gran suspiro.
Por fin los moratones se han borrado del todo de mi cuerpo y ya no queda ni una sola marca de Alfredo en mi cuerpo. Me he atrevido a descubrirme los brazos con camisetas de manga corta y tirantes y he dejado de usar maquillaje para tapar los de la cara. Eso me alegra.
Suena el teléfono:
-¿Dígame?
-Hola, Inés. Soy Marta.-se oye al otro lado del teléfono.
-¡Ah! Hola. ¿Qué tal?
-Bien. Oye, que te llamaba para ver si querías venirte esta noche a tomar algo.
-¡Claro! ¿A qué hora y dónde?
-Pues te paso a recoger a las diez. Adiós.
-Adiós.
‘’Bien, me voy a arreglar que queda tan solo una hora’’. Voy al armario y lo abro de golpe. ‘’Marta no ha pensado en decirme dónde vamos a ir para vestirme de tal o cual forma. ¿Para qué?’’, pienso. Suspiro y cojo unos vaqueros cualquiera y una camisa azul bastante fina, la verdad. Hace calor y la viudedad me ha dado seguridad, alegría, tranquilidad. Aunque, sobre todo, me ha rejuvenecido. No soy mayor, tengo apenas veinticuatro años pero me siento como una adolescente.
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