Tan sólo eran dos niños que aún no habían acabado primaria pero sus miradas ya se notaban dulcificadas. No llegaban a los doce y lo más puro ya crecía en lo más hondo de cada uno. Unos no son correspondidos, otros no son perfectos pero puede que todos nos hagan crecer… La cosa está en que la niña Inés y el niño Carlos estaban en alguna clase aburrida y él ya la miraba embelesado, como si hubiera visto un ángel.
Inés, de piel perlada casi transparente, tan joven ya se notaba su belleza. Su pelo largo y rizado, negro, de ojos verdes y oscuros labios rojos. Aún su cuerpecito estaba por desarrollar, pero su carácter ya era el de todo un adulto.
No se atrevía a levantar la vista del papel porque sabía que Carlos la estaría mirando fijamente, con esa mirada que la hacía estremecerse.
Carlos la miraba a sabiendas de que Inés no le pillaría mirando. Sabía que nunca levantaba la vista del papel o eso creía él, porque le miraba cuando él estaba distraído.
Pero eran tan niños que ese sentimiento lo dejaron pasar. No sabían qué era ni si lo podría contar por eso pasaron los años y ninguno de los niños volvieron a sentirse así...
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