Arrancar el hierro de una herida y sentirte como cuando, en un amanecer, miras directamente hacia el sol que sale imponente, gigante, aplastante. Sabes que va a doler pero quizá sea el que sabemos de su grandeza por lo que no podemos apartar la mirada. Y vemos cómo pasa de un tono rojizo al naranja, para pasar a ser una bola amarillenta en el horizonte pequeña, como casi para cogerla con la mano. Y entonces sabes que se escapará, que el dolor en algún momento va a cesar, que no recordarás que ha dolido.
También, si pensamos, podemos apreciar que nos deja días preciosos, como cuando llueve y el Sol no soporta que las nubes le roben protagonismo y las aparta, tan egoísta él siempre (quiere dejar marca en todos, pero es un secreto, no lo contéis... Shhh). Sale un arco iris, aportando algo de color a las nubes grises pero sin doler como duele el color Sol. Por otro lado nos deja días memorables, como esos atardeceres primaverales, cuando el color se torna naranja a horas del crepúsculo dejando una estampa melancólica, llena de recuerdos románticos.
Una tarde melancólica de recuerdos románticos... como las del otoño, con el Sol en lo alto.
Así, hoy puede que te duela mirar al Sol, pero dentro de un rato ni tan siquiera podrás recordar que te cegó y dolió después. Sólo recordarás las cosas bonitas que te pudo aportar.
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