viernes, 18 de febrero de 2011

La última con la conversación con Alfredo

Ya está. Se murió. Lo miro y, aunque parece él con el pelo canoso, la piel morena y los ojos azules (que nadie se ha dignado a cerrárselos aún), está frío y tieso. ‘’Tengo que llamar a los niños. Deben saber que ha muerto su padre y su padrastro’’. La gente empieza a llegar al velatorio vestidos todo de negro, como cucarachas y se queda toda la mañana como si fuera una comida familiar. Y no es que me dé pena que se haya muerto, que eso me da lo mismo. Pero sí me pienso qué será de mí ahora.
-Mi más sentido pésame, Inés.-me dice alguien.
-No llores,  piense que ha dejado de sufrir.-me dice una mujer. ‘’¿Yo? ¿Llorar?’’, es lo primero que pienso. ‘’Si no me importa. Al revés, me siento mejor’’. Después de eso viene la parte de su sufrimiento: ‘’Claro que ha dejado de sufrir, sí. Pero ha dejado de sufrir la mala leche,’’ me pienso.
La mayoría son gente que no conozco de nada. Esto no acaba más que empezar y ya estoy harta de toda esta gente. ¿Para qué han venido?  ¿Para qué me dan todos el pésame? Ya no podrán hacer nada por mi marido. Está muerto y muerto se va a quedar. ‘’Eso espero’’, pienso mientras le miro de soslayo para comprobar que sigue igual. Entonces respiro tranquila. 
La tarde pasa y la gente no se va. ¿Acaso no se dan cuenta de que me apetece estar sola? ‘’No, claro que no. Si se dieran cuenta, ya se habrían ido.’’ A causa de tanto goteo de gente creo que tengo la cara dolorida de los dos besos, el pésame atragantado y la mano rota de apretones que se creen que hacen bien. Pero no hace bien nada de eso a nadie.
-Lo siento, Inés. Era un buen hombre.- ‘’¿Un buen hombre? ¡Ja! Tenía que haberle conocido usted’’.
-Aquí nos tienes para lo que sea.-dos besos y me aprieta la maño cariñosamente un señor que no conozco.
-Inés, cariño, ¿qué tal estás?-es mi cuñado, que se parece más bien poco a mi marido. Mientras que al resto tan sólo les asiento o les contesto con un gracias, a él sí le hablo:
-Gracias, Mario. De verdad. Pero me apetece estar sola. ¿Te importa…?
-No, claro.-me interrumpe- Voy a despedir a todo el mundo para que se marchen.
-Gracias de nuevo.
Otra vez dos besos, pero esta vez de despedida, y la repetida de condolencias. ‘’Para venir, han venido rápido, pero para irse lo que tardan, por dios.’’ Por fin a las nueve más o menos consigo quedarme a solas con mi difunto marido. Le miro y pienso:
‘’¡Ay, Alfredo! Con lo que fuiste y mírate ahora. ¿Dónde se quedó esta mañana el hombre que me daba miedo? Ya ni siquiera me impresionas. ¿Fuiste, en realidad, siempre así? Ahora me rio de ello.
Anoche tan sano y hoy ahí en esa caja de pino. Aún tengo tus moratones en el cuerpo de la última vez que me pegaste. De anoche. Volviste a llegar borracho. Pero no es tan raro. Sería raro que hubieras estado sobrio. Aunque cuando lo estabas eras frío y calculador.
¿Dónde ha quedado, Alfredo, tu mal carácter, tu mala leche y tu frialdad? Porque hoy aquí hace frío, sí, pero eso es por  dónde estamos. Rodeados de muertos. Como tú. Te miro y veo tu pelo blanco repeinado como a ti te gusta, un traje que no podrías llevar en otro momento, tu piel, tan morena, y tus ojos azules, que alguien ha tenido la decencia de cerrar. Pero no veo lo que fuiste. Tus golpes y amenazas, el miedo que aún causan en mí han desaparecido. Para siempre. Me va costar asimilarlo todo ello.
No han venido tus hijos. No han querido venir a verte. Los he llamado cuando te he visto en el baño, con ese ictus tan raro en  la cara, justo después de llamar a una ambulancia. Ana no estaba, Mario tenía un caso que no podía dejar. Debía defender a un hombre al que habían acusado de asesino pero que no lo es. Y Alfredo ya sabes que no está en España. No podría llegar a tu entierro.’’
He apartado la vista y ahora, que paro, le vuelvo a mirar. Suspiro y sigo con un reproche.
‘’Encima que te mueres, no lo haces el día que deberías. Por lo menos podrías haber avisado, ¿no? Así tu hijo podría venir. Pero bueno, qué se le va a hacer. En el cementerio vas a estar siempre.
Por cierto, sitio es muy incómodo. ¿Dónde va a dormir alguien que, como yo, no siente pena y quiere hacerlo? En estas sillas desde luego que no.
Alfredo… ¿Qué pasó con los sentimientos que nos unían cuando nos casamos? Porque ahora no queda ni rastro por mi parte. Y por la tuya tampoco (es algo que no salía a la luz cuando me pegabas).’’
¿Qué hora es?
‘’ ¡Ay, Alfredo! Ya queda poco para que te entierren en una de esas parcelas tan caras pero tan pequeñas. Y luego se dice del precio de los pisos… ¡Cómo no van a estar tan caros si un lugar en el cementerio está desorbitado! Alfredo…’’
-Mamá.-me llama una voz- Mamá-repite esta vez más impaciente-¡Mamá!-grita asustada la voz.
-¿Qué? ¿Qué pasa?-digo adormilada.
Miro a mi alrededor y veo a una mujer morena con los ojos marrones con el pelo rizado hasta la cintura. Delgada. Intento enfocar la vista y poco a poco la imagen se ve más nítida. ¡Es Ana!
-¡Qué susto me has dado!-por fin Ana respira tranquila.
-¡Ana! ¿Qué pasa?
-Que se llevan a Alfredo para enterrarlo.
-Ah.-es lo único que se me ocurre decir. ‘’Al final me quedé dormida. Pero poco tenía ya que decirle a Alfredo que no le hubiera dicho antes de una u otra manera. Aunque hacía tanto tiempo que no estábamos así él y yo, sin maltratos y sin amenazas… Han sido las mejores veinticuatro horas contigo…’’
El entierro pasa rápido. No somos muy creyentes y nos hemos decantado por una misa corta por el alma del que fue  mi marido. Por el alma de Alfredo… Y otra vez se repiten los besos, los apretones y los pésames. Pero ya acaba. Ya voy a llegar a casa y me voy a poder quedar tranquila… ¡Por fin!


‘’Alfredo murió hoy hace un mes y el tiempo ha pasado tan rápido que no me he dado cuenta. Entre el trabajo (al que volví al día siguiente de su muerte) y la visita de mis tres hijos no me ha dado tiempo a aburrirme. Además de la constante atención de mis compañeros de trabajo y amigos (que no entiendo por qué, si yo he estado y estoy bien)’’ pienso con un gran suspiro.
Por fin los moratones se han borrado del todo de mi cuerpo y ya no queda ni una sola marca de Alfredo en mi cuerpo. Me he atrevido a descubrirme los brazos con camisetas de manga corta y tirantes y he dejado de usar maquillaje para tapar los de la cara. Eso me alegra.
Suena el teléfono:
-¿Dígame?
-Hola, Inés. Soy Marta.-se oye al otro lado del teléfono.
-¡Ah! Hola. ¿Qué tal?
-Bien. Oye, que te llamaba para ver si querías venirte esta noche a tomar algo.
-¡Claro! ¿A qué hora y dónde?
-Pues te paso a recoger a las diez. Adiós.
-Adiós.
‘’Bien, me voy a arreglar que queda tan solo una hora’’.  Voy al armario y lo abro de golpe. ‘’Marta no ha pensado en decirme dónde vamos a ir para vestirme de tal o cual forma. ¿Para qué?’’, pienso. Suspiro y cojo unos vaqueros cualquiera y una camisa azul bastante fina, la verdad. Hace calor y la viudedad me ha dado seguridad, alegría, tranquilidad. Aunque, sobre todo, me ha rejuvenecido. No soy mayor, tengo apenas veinticuatro años  pero me siento como una adolescente

jueves, 17 de febrero de 2011

Amor temprano

Tan sólo eran dos niños que aún no habían acabado primaria pero sus miradas ya se notaban dulcificadas. No llegaban a los doce y lo más puro ya crecía en lo más hondo de cada uno. Unos no son correspondidos, otros no son perfectos pero puede que todos nos hagan crecer… La cosa está en que la niña Inés y el niño Carlos estaban en alguna clase aburrida y él  ya la miraba embelesado, como si hubiera visto un ángel.

Inés, de piel perlada casi transparente, tan joven ya se notaba su belleza. Su pelo largo y rizado, negro, de ojos verdes y oscuros labios rojos. Aún su cuerpecito estaba por desarrollar, pero su carácter ya era el de todo un adulto.

No se atrevía a levantar la vista del papel porque sabía que Carlos la estaría mirando fijamente, con esa mirada que la hacía estremecerse.
Carlos la miraba a sabiendas de que Inés no le pillaría mirando. Sabía que nunca levantaba la vista del papel o eso creía él, porque le miraba cuando él estaba distraído.

Pero eran tan niños que ese sentimiento lo dejaron pasar. No sabían qué era ni si lo podría contar por eso pasaron los años y ninguno de los niños volvieron a sentirse así...

martes, 15 de febrero de 2011

Desilusión

De una patada rompí el sol
que con su llegada me despertó
recordándome el principio de un nuevo día
donde todo dolía.
El comienzo lo marcó el tiempo,
un tiempo que nos devoraba
los últimos momentos de una bobada,
una bobada que casi me cuesta el aliento.
Ahora busco recomponer el reloj de sol
buscando cada una de sus manecillas
en viejas escombreras
que tal vez sean sólo trucos de vieja… 

lunes, 14 de febrero de 2011

Va de ojos la cosa...

Se cruzan sus miradas y Zahara siente una sacudida de la fuerza de los ojos de Mario pero no está dispuesta a abandonar así que sigue mirándolo fijamente. También sabe que él lo ha notado y que le da cierta ventaja sobre ella.

Se acercan sin quererlo, lo quieren evitar. Pero no pueden y se acercan tanto que pueden notar sus respiraciones, sus alientos en sus caras. Y luchan contra ello. Y se besan.

Zahara lucha contra el beso, Mario por mantenerlo un poco más. Y llega un momento en que necesitan terminarlo, volviendo la lucha de miradas.

Mario piensa en los grandes ojos pardos de Zahara. Zahara mira los expresivos ojos de Mario, en los que podría perderse. Y es que hoy va de ojos la cosa para ellos... 

domingo, 13 de febrero de 2011

Quiero

Quiero dejar de oír el goteo de la cisterna, el ruido de los coches, de la gente alegre en la calle. Quiero dejar de oír esa estúpida melodía que no hace nada más que machacarme. Una y otra vez. Quiero dejar de oír tu voz.

Tu voz… La voz que me prometió que siempre me querría, esa que me daría un mundo nuevo, lleno de alegrías. La que en las noches me mecía diciéndome que me quería y la que me dormía en la senda perfecta. La voz que un día me prometió amor eterno pedirme la mano. Tu voz que me hacía soñar que existía un mundo perfecto en el que sólo existíamos tú y yo.

Tu voz… La que me mintió una vez. La que me volvió a mentir otra vez más después. Esa que pasó de mecerme a agitarme, zarandeándome, en un mundo de sombras. La voz que, cuando me prometió amor eterno, se olvidó de que existía una excepción…

Hoy deseo dormirme sin el arrullo de tu voz. Ya no quiero que seas mi manta. He caído y no vivo tranquila. Me faltas tú y me siento frágil. Me has hecho frágil. Y ya no me sirve de nada un perdón.

Hoy deseo dormirme para siempre. Dejar de sentir tu voz y tus mentiras, para que desaparezca el dolor. Mis músculos se entumecen poco a poco, pero no me entero. No duele. Mi mente suelta sus últimos hilos que me unen a ti… Mi mente suelta sus últimos hilos, que me atan a la vida y así, morir… 

sábado, 12 de febrero de 2011

La cuerda de mi columpio

Recuerdo a mi padre sentado en un rincón de esa pequeña casa en lo alto del acantilado, tan luminosa antes, tan oscura ahora. Mi padre era un hombre menudo con la piel curtida por el mar. La vejez le había llegado por anticipado porque parecía veinte años mayor. Recuerdo sus manos tejiendo las redes del mar llenas de cicatrices blancas que destacaban sobre su piel morena. Y sus ojos que, para mi siendo tan pequeña, parecían haber absorbido todo el agua del mar porque eran de un azul intenso. La pequeña casa siempre olía a agua de mar y a canela. Teníamos un columpio mi hermano y yo en el que nos encantaba estar porque parecía que, en uno de los impulsos, caeríamos al mar que rompía sus olas a diez o quince metros más abajo.


Pero un día la cuerda se rompió. Mi padre cogió cuerdas  y empezó a trenzarlas. Iba a  hacer una nueva porque, según decía, quería oírnos reír a mi hermano y a mí con esa risa que sólo se consigue cuando uno está subido encima del columpio y siente la ingravidez, el no pesar y esa sensación en el estómago que seguro que todos hemos sentido. Quería escuchar esa risa que sólo se tiene de niño. Tardó casi dos años en trenzar por completo una nueva cuerda pero era el mejor columpio que jamás habíamos tenido. Para entonces yo tenía seis años pero recuerdo lo que me dijo mi padre:


-Anne, cuida bien la cuerda, es muy especial. La cuerda la hice yo y lleva parte de mí. Si algo le pasa, me pasará.-me dijo, muy serio.


Yo no lo creí. Pensé, como lo haría mi hermano después, que sólo lo hizo para que cuidásemos de que no se rompiera porque había llevado mucho trabajo y más aún cuando tenía que remendar las redes.


Un día estábamos en el jardín mi hermano y yo. Recuerdo que, aunque siempre llovía, ese día era especialmente caluroso. Yo esperaba que mi hermano acabase de columpiarse. No quería dejarme a mí.


-¡Jack! Déjame.-le exigía ya.


-No, es mi turno.


-Pero llevas mucho tiempo.-volvía a protestar yo. 


Me sacó la lengua. 


-Se lo diré a mamá.-le amenacé.


Mi madre era una mujer de carácter suave y dulce, con los ojos más negros que nunca haya visto pero muy suaves. Parecían contener toda la luz. Era rubia, algo más alta que papá, pero no mucho y delgada. Olía a vainilla. La recuerdo siempre tarareando y haciendo galletas de vainilla. De ahí, cómo olía.


-Díselo. Es mi turno y hasta que no acabe no bajaré.


-Pero Jack, déjame.-yo empecé a llorar. Él seguía ignorándome- ¡Mamá!-grité. No hubo respuesta-¡Mamá!-volvía gritar pero pasó lo mismo que antes.


Entonces me acerqué al columpio e intenté parar a mi hermano cogiendo la cuerda. Quería pararlo ante todo pero la cuerda se partió y no pude subir. Empecé a llorar muy disgustada. ¡Se había roto la cuerda del columpio! Mamá a esas alturas debería haber salido para ver qué había pasado, pero no lo hacía. Dejé de llorar, preocupada. Entré en casa y llamaron por teléfono. Lo cogió mi madre. Asentía con gesto grave. Las lágrimas se asomaron a sus ojos. 


-Sí, claro. Gracias.-la oí decir. Colgó.


La casa se quedó en silencio. De repente había perdido su luz y no sabía por qué.


-¿Qué ha pasado, mamá?-preguntó al fin Jack.


-Venid…-empezó-Papá ha tenido un accidente. Veréis…-tartamudeaba-El barco en el que iba a desaparecido nada más salir de puerto. Una ola le hundió.-las lágrimas acudían aunque ella no quería. Quería 
demostrarnos entereza.


-¿Ha muerto?-pregunté.


-Sí.-dijo solamente.


Entonces me acordé de cómo mi padre me había dicho que la cuerda del columpio tenía un parte de él y si la pasaba algo, le pasaría a él. Me había tomado la advertencia de mi padre a broma y tenía razón. Por mí  había muerto.

Los siguientes días los pescadores engalanaron los puertos de luto así como los barcos. Intentaron recuperar los máximos cuerpos posibles y uno de los que pudieron recuperar era el de mi padre. En diez días desde la noticia fue el entierro. No asistió nadie nada más que nosotros tres, sus hijos y su mujer. En los meses posteriores mi madre enfermó. Según decían era tuberculosis. También murió. Todos decían que era por ello, pero yo sabía que había sido la pena lo que se la había llevado por delante. Y que esa pena era por mi culpa. Por haber roto la cuerda de mi columpio…

viernes, 11 de febrero de 2011

Tarde

Después de un tiempo, uno aprende la sutil diferencia entre sostener una mano y encadenar un alma. También se aprende que el amor no significa acostarse con alguien y una compañía no significa seguridad. Uno empieza a aprender... que los besos no son contratos y los regalos no son promesas. Se empieza a aceptar sus derrotas con la cabeza alta y los ojos abiertos así como se aprende a construir todos sus caminos en el hoy, porque el terreno de mañana es demasiado inseguro para planes... y los frutos tienen una forma de caerse en la mitad.

Y después de un tiempo uno aprende que si es demasiado, hasta el calor del sol quema.

Así que uno planta su propio jardín y decora su propia alma, en lugar de esperar a que alguien le traiga flores.

Y cuando uno ha aprendido todo eso sigue al darse cuenta de que realmente puede aguantar, que uno realmente es fuerte, que uno realmente vale, y uno aprende y aprende... y con cada día aprende más.

Con el tiempo aprendes que estar con alguien porque te ofrece un buen futuro significa que tarde o temprano querrás volver a tu pasado.

Se comprende que sólo quien es capaz de amarte con tus defectos, sin pretender cambiarte, puede brindarte toda la felicidad que deseas.

Con el tiempo te das cuenta de que si estás al lado de esa persona sólo por acompañar tu soledad, irremediablemente acabarás no deseando volver a verla.

También entiendes que los verdaderos amigos son contados, y que el que no lucha por ellos, tarde o temprano se verá rodeado sólo por amistades falsas.

Con el tiempo aprendes que las palabras dichas en un momento de ira pueden seguir lastimando a quien heriste, durante toda la vida.

Con el tiempo aprendes que disculpar cualquiera lo hace, pero perdonar es solo de almas grandes.

Con el tiempo comprendes que si has herido a un amigo duramente, muy probablemente la amistad jamás volverá a ser igual.

Con el tiempo te das cuenta que aunque seas feliz con tus amigos, algún día llorarás por aquellos que dejaste ir.

Y  te das cuenta de que cada experiencia vivida con cada persona es irrepetible.

Con el tiempo te das cuenta de que el que humilla o desprecia a un ser humano, tarde o temprano sufrirá las mismas humillaciones o desprecios multiplicadas al cuadrado.

Con el tiempo comprendes que apresurar las cosas o forzarlas a que pasen ocasionará que al final no sean como esperabas.

Con el tiempo te das cuenta de que en realidad lo mejor no era el futuro, sino el momento que estabas viviendo justo en ese instante.

Con el tiempo verás que aunque seas feliz con los que están a tu lado, añorarás terriblemente a los que ayer estaban contigo y ahora se han marchado.

Y con el tiempo aprendes que intentar perdonar o pedir perdón, decir que amas, decir que extrañas, decir que necesitas, ante una tumba, ya no tiene ningún sentido.

Pero desafortunadamente, sólo con el tiempo se aprende todo esto… Aunque se puede hacer antes o después, eso ya dependen de cada uno…

martes, 8 de febrero de 2011

Mentiras

-Créeme, por favor.

-Es fácil decirlo pero no.

-Por favor...

-No, eso me dijiste en aquel lugar hace ya tres meses. Y sigues mintiendo.

-No lo volveré a hacer.

-No.

-No me hagas esto…

-Deja de mentirme. ¿Cómo puedes pedirme que te crea cuando me has mentido (otra vez)? ¿Tú no te sientes mal? ¿La conciencia no te machaca? No… no puedo. Lo siento pero yo ya no puedo más…

-Créeme. Dame una última oportunidad… Yo te quiero…

-No. Se acabó.