Será que tenemos el corazón congelado por lo que sólo nos vemos durante las frías mañanas de invierno. Y será que nos gusta tener las lágrimas de nuestro lado cuando en casi todas llueve.
Es sarcástico y casi doloroso saber que se acercan tres meses donde no te voy a ver más. Y se le unen todas aquellas mañanas calurosas ya perdidas, donde el sol brilla con fuerza y nosotros no hemos estado juntos en tu rincón, donde me gusta ocultarme sobre todo cuando me gusta mojar mis penas en tus alegrías para salir del pequeño hueco, pero mío, al fin y al cabo, con una sonrisa con la que desentonar del mundo.
Y es que el calor puede conseguir casi todo, hasta alegrar las mañanas madrugadoras, pero no puede con el glaciar que nació poco a poco entre tú y yo. Y no puede hacer que salgamos de nuestros mundos para estar en nuestro escondite.
Y el calor me va a impedir deshacerme poco a poco en tus brazos. No voy a tener quién me haga sentir que no se puede ser más feliz, ni tampoco que me derrito, de a poquito. Y no voy a tener quién me haga creer en más, ni desnudarme, aunque no quitarme la ropa. Sino de esas veces que te desnudas por dentro sin miedo a entregar lo que tienes a los demás. Y no voy a poder ser sólo yo, seré lo que el mundo quiere que sea. Tal vez una adolescente perfecta. O puede que este año decida desmelarme y convertirme en lo que quiero ser: un alma libre. Pero… No tendrá sentido. Porque seré lo que quiero, pero no te tendré a mi lado para que me veas en mi máxima expresión.
Y como el verano, esto se acaba. Por eso me despido de ti hasta la próxima mañana lluviosa, cuando las ganas de ti me desborden y las moje en tus sonrisas descafeinadas.
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