J.J era un muchacho de diecinueve años, no muy alto pero de espalda ancha y de mirada verde profunda con el pelo negro y rizado. Yo le veía desde la calle sin atreverme a acercarme demasiado. Hacía calor y, desde mi posición a oscuras, aprecié que estaba sin camiseta, sentado en la cama sosteniendo una guitarra. Se oía por la toda la calle una de esas canciones que tanto le gustaba tocar. Eran esas canciones con las que yo soñaba mientras hablábamos por teléfono o cuando salíamos a dar una vuelta y lo acompañaba su guitarra (nada raro, lo tengo que decir). Una punzada de dolor me recorrió entera. Hacía mucho tiempo que no lo escuchaba tocar así. Lo conocía y sabía que sólo lo hacía cuando había alguna chica de por medio. ‘’Tal vez… Tal vez haya otra’’, pensé abatida. Agité la cabeza para espantar esa idea mientras me daba media vuelta para irme, pero J.J me vio en mi retirada y me llamó:
- ¡Eh! Hola, Bea. Ven, pasa. – me dijo alegremente - ¿Qué tal estás?
- B…Bien. ¿Y tú? – tartamudeé yo.
¿Cómo quería que estuviera? Me había dado un gran beso en la mejilla y me llevaba abrazada. Estaba sin camiseta junto a mí, podía notar el calor de su cuerpo a través de mi fina camiseta de algodón y me erizaba la piel. Estaba agitada y no sabía cómo no lo notaba.
- Pasa a mi habitación que yo voy a la cocina a por algo de beber. ¿Qué quieres?
- Agua o limón, por fa.
- ¡Bah! Sosa.
- Oye, ¿y tus padres? – le pregunté.
- No sé. Se fueron esta mañana y me dijeron que no iban a aparecer en algunos días, que tuviera cuidado. – le oí decir desde dentro de la nevera - Ufff, que fresquito ahí dentro. Estoy por quedarme aquí. ¿Te importaría? – me preguntó en tono burlón cuando llegó a la habitación.
- No seas idiota – protesté. Él, se echó a reír y yo, con él.
Su habitación era simple, no tenía muchos muebles. La cama, un armario y una simple mesa a modo de escritorio eran todo. Las paredes estaban cubiertas de posters y recuerdos de todos los sitios donde había estado: entradas de teatro y conciertos, fotografías de amigos…
-Vale, vale… Me quedaré pasando calor aquí contigo. – dijo haciéndose el molesto – Pero tienes que escuchar mi nueva canción. – y sonrió como sólo él sabía hacerlo.
-Vaya… si tienes que hacerme pasar por eso, de acuerdo. Todo sea por vernos un rato… - dije yo, fingiendo que me costaba hacerlo.
Cogió la guitarra, se sentó en la cama y se colocó. Un acorde, un sonido. Otro acorde, otro sonido más. Y yo me dejaba envolver por la melodía y por una letra que prometía la luna y el sol. Cuando quise darme cuenta había acabado y yo luchaba por no dejar salir las lágrimas…
-¿Qué te ha parecido?
-Espectacular. – simplemente dije yo.
-Venga ya. No me tomes el pelo…
-No, en serio. Me ha parecido genial. – y me lancé de cabeza a lo que podría ser una piscina vacía – Debe estar contenta.
-¿Quién? – preguntó sorprendido.
-La chica. Tu chica. – maticé.
Sonó una gran carcajada.
-No hay ninguna chica.
-¿No escribes para nadie? – dije, ahora sorprendida yo.
-Sí. Pero no hay nadie.
-Seguro que si la cantas esto,…
-¿Qué?
-Sabrá qué sientes por ella.
-Ójala. Porque parece no entenderlo.
-¿Ya lo has hecho?
-Claro. Muchas veces…
-Pues debe ser idiota.
-Te aseguro que no.
Esa conversación me perturbó demasiado. Esa chica le había robado la razón de una manera que nunca le había visto. Estaba… Estaba celosa de nadie. La había defendido con tanta fuerza, con tantas ganas… Y yo las había perdido completamente.
-En fin,… - suspiré – Me tengo que ir. Ya te veré.
-Quédate un poco más. Que estaba aburrido…
-No puedo. Ya vendré cuando pueda.
No tenía ganas aunque quería quedarme. Y él pareció entenderlo porque me dijo:
-Está bien. Te llamo.
-Vale, sí… Llámame.
Nos dimos dos besos y volví a sentir su piel sobre mi camiseta y la piel volvió a erizárseme…
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